Acerca de los mediums
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Toggle159. Toda persona que siente en cualquier grado la influencia de los Espíritus, es por esto mismo médium. Esta facultad es inherente al hombre, y por consecuencia no es privilegio exclusivo; así es que hay pocos entre los que nos se encuentren algunos rudimentos. Se puede, pues, decir, que casi todos son médiums. Sin embargo, en el uso, esta calificación sólo se aplica a aquellos cuya facultad mediúmnica está claramente caracterizada y se conoce por los efectos patentes de cierta intensidad, lo que depende de una organización más o menos sensitiva. También debemos notar que esta facultad, no se revela en todos de la misma manera; los médiums tienen generalmente, una aptitud especial para tal o cual orden de fenómenos, y en esto consiste que se hagan tantas variedades, como hay clases de manifestaciones. Las principales son: Los médiums de efectos físicos, los médiums sensitivos o impresionables, auditivos, parlantes, videntes, sonámbulos, curanderos, pneumatógrafos, escribientes o psicógrafos.
Médiums de efectos físicos
160. Los médiums de efectos físicos son más especialmente aptos para producir fenómenos materiales, tales como los movimientos de los cuerpos inertes, los ruidos, etc.. Se pueden dividir en médiums facultativos y médiums involuntarios. (Véase en la Segunda Parte, los capítulos II y IV).
Los médiums facultativos son aquellos que tienen la conciencia de su poder y que producen los fenómenos espíritas por un acto de su voluntad. Esta facultad, aunque es inherente a la especie humana, como ya lo hemos dicho, está lejos de existir en todos en el mismo grado; pero si hay pocas personas en que es absolutamente nula las que son aptas para producir los grandes efectos, tales como la suspensión de los cuerpos graves en el espacio, la traslación aérea y sobre todo las apariciones, son más raras aún. Los efectos más sencillos son los de la rotación de un objeto, los golpes que da levantándose este objeto, o en su misma sustancia. Sin dar más importancia capital a estos fenómenos, aconsejamos que no se desprecien, pueden dar lugar a observaciones interesantes y ayudar a la convicción. Pero es de notar que la facultad de producir efectos materiales existe rara vez entre aquellos que tienen medios más perfectos de comunicación como la escritura o la palabra. Generalmente la facultad disminuye en un sentido a medida que se desenvuelve en otro.
161. Los médiums involuntarios o naturales son aquellos cuya influencia se ejerce sin saberlo ellos mismos. No tienen ninguna conciencia de su poder, y muchas veces lo anómalo que pasa a su alrededor no les parece de ningún modo extraordinario; esto forma parte de sí mismos, absolutamente como las personas que están dotadas de la doble vista y ellas mismas no lo saben. Estos sujetos son muy dignos de observación y deben recogerse y estudiarse los hechos de este género que vengan a nuestra noticia; éstos se manifiestan en cualquier edad y a menudo en niños muy jóvenes. (Véase el capítulo V, “Manifestaciones espontáneas”).
Esta facultad no es por sí misma el indicio de un estado patológico, porque no es incompatible con una salud perfecta. Si el que la posee sufre, es por razón de una causa extraña; así los medios terapéuticos son impotentes para hacerla cesar. Puede, en algunos casos, ser consecuencia de cierta debilidad orgánica, pero nunca es causa eficiente. No se podría, pues, razonablemente, concebir ninguna inquietud al punto de vista higiénico; no podrá tener ningún inconveniente, a no ser que si el sujeto que ha llegado a ser médium facultativo, abuse de la facultad, porque entonces habría en él emisión demasiado abundante de fluido vital, y a consecuencia debilidad de los órganos.
162. La razón se subleva a la idea de torturas morales y corporales, a las que la ciencia ha sometido algunas veces a seres débiles y delicados con el fin de asegurarse si por su parte había superchería; estos experimentos, hechos muchas veces con malevolencia, son siempre nocivos a las organizaciones sensitivas; de esto podrían resultar graves desórdenes en la salud; hacer tales pruebas es jugar con la vida. El observador de buena fe no tiene necesidad del empleo de estos medios; aquel que está familiarizado con esta especie de fenómenos sabe que pertenecen más bien al orden moral que al orden físico, y que en vano se buscaría la solución en nuestras ciencias exactas.
Por lo mismo que estos fenómenos corresponden al orden moral, se debe evitar con un cuidado no menos escrupuloso todo lo que pueda sobreexcitar la imaginación. Se saben los accidentes que puede ocasionar el miedo, y se sería menos imprudente si se conocía todos los casos de locura y de epilepsia que tienen son origen en los cuentos de hechiceros y brujerías. ¿Qué sería, pues, si se persuadía que es el diablo? Los que difunden tales ideas no saben la responsabilidad que contraen: pueden matar. Pues el peligro no es sólo para el sujeto, es también para los que le rodean, que pueden asustarse pensando que su casa es una guarida de demonios. Esta funesta creencia es la que ha causado tantos actos atroces en los tiempos de ignorancia. Con un poco más de discernimiento, sin embargo, se hubiera podido pensar que quemando el cuerpo poseído por el diablo, no se quemaba al diablo. Puesto que querían deshacerse del diablo, a él era a quien se debía matar; la Doctrina Espírita ilustrándonos sobre la verdadera causa de estos fenómenos, les da el golpe de gracia. Lejos, pues, de avivar este pensamiento, es un deber de moralidad y de humanidad combatirle si existe.
Lo que es preciso hacer cuando una facultad semejante se desenvuelve espontáneamente en un individuo, es dejar al fenómeno seguir su curso natural: la Naturaleza es más prudente que los hombres; la Providencia, por otra parte, tiene sus miras, y el más pequeño puede ser instrumento de los más grandes designios. Pero es menester convenir en que este fenómeno adquiere algunas veces proporciones fatigosas e importunas para todos; * pero he aquí en todos los casos lo que deberá hacerse. En el cap. V., de las Manifestaciones físicas espontáneas hemos dado ya algunos consejos con este objeto, diciendo que es necesario procurar ponerse en relación con el Espíritu para saber de él lo que quiere. El siguiente medio está igualmente fundado sobre la observación.
Los seres invisibles que revelan su presencia por efectos sensibles son, generalmente, Espíritus de un orden inferior, y que se pueden dominar por el ascendiente moral; este ascendiente es el que es preciso tratar de adquirir.
Para obtener este ascendiente es menester hacer pasar al sujeto del estado de médium natural al de médium facultativo. Entonces se produce un efecto análogo al que tiene lugar en el sonambulismo. Se sabe que el sonambulismo natural cesa generalmente cuando se reemplaza por el sonambulismo magnético. No se detiene la facultad emancipadora del alma, se le da otro curso. Lo mismo es en cuanto a la facultad mediúmnica. A este efecto, en lugar de poner trabas a los fenómenos, lo que no se consigue fácilmente, y siempre sin peligro, es preciso excitar al médium a producirlos por su voluntad, imponiéndose al Espíritu; por este medio llega a dominarle, y de un dominador algunas veces tiránico hace un ser subordinado y a menudo muy dócil. Un hecho digno de observación y justificado por la experiencia es que en semejante caso un niño tiene tanta y muchas veces más autoridad que un adulto; nueva prueba en apoyo de este punto capital de la doctrina, que el Espíritu solo es niño por el cuerpo y que tiene por sí mismo un desenvolvimiento necesariamente anterior a su encarnación actual, desenvolvimiento que puede darle ascendiente sobre Espíritus que le son inferiores.
La moralización del Espíritu por los consejos de una tercera persona influyente y experimentada, si el médium no está en estado de hacerlo, es a menudo un medio muy eficaz; más adelante volveremos a esto mismo.
Personas eléctricas
163. A esta categoría de médiums parecen pertenecer las personas dotadas de una cierta dosis de electricidad natural, verdaderos torpedos humanos, produciendo por el simple contacto todos los efectos de atracción y de repulsión. Se haría mal, sin embargo, al considerarles como médiums, porque la verdadera mediumnidad supone la intervención directa de un Espíritus; pues, en el caso de que hablamos, experimentos concluyentes han probado que la electricidad es el único agente de estos fenómenos. Esta rara facultad que casi podría llamarse una dolencia, puede algunas veces ligarse con la mediumnidad, como se puede ver en la historia del “Espíritu golpeador de Bergzabern”; pero frecuentemente es del todo independiente. Así como lo hemos dicho, la sola prueba de la intervención de los Espíritus, es el carácter inteligente de las manifestaciones; cuantas veces no existe este carácter, se las puede atribuir con fundamento a una causa puramente física. La cuestión es el saber si las personas eléctricas tendrán una aptitud más grande para llegar a ser médiums de efectos físicos; nosotros los creemos, pero esto sería un resultado de experiencia.
Médiums sensitivos o impresionables
164. Se designan así las personas susceptibles de sentir la presencia de los Espíritus por una vaga impresión, una especie de rozamiento sobre todos los miembros, de lo cual no pueden darse cuenta. Esta variedad no tiene carácter bien marcado; todos los médiums son necesariamente impresionables; la impresionabilidad es antes una cualidad general que especial; es la facultad elemental indispensable para el desarrollo de todas las otras; difiere de la impresionabilidad puramente física y nerviosa, con la que es preciso no confundirla; porque hay personas que no tienen los nervios delicados y que sienten más o menos el efecto de la presencia de los Espíritus, de la misma manera que otros muy irritables no lo sienten.
Esta facultad se desenvuelve por la práctica, y puede adquirir tal sutileza que aquel que esté dotado de ella reconoce en la impresión que siente no solamente la naturaleza buena o mala del Espíritu que está a su lado, sino también su individualidad, como el ciego reconoce por cierto instinto la aproximación de tal o cual persona; viene a ser con relación a los Espíritus un verdadero sensitivo. Un buen Espíritu hace siempre una impresión dulce y agradable; la de un mal Espíritu al contrario, es penosa, ansiosa y desagradable; hay como un olor de impureza.
Médiums auditivos
165. Estos oyen la voz de los Espíritus; es como lo hemos dicho hablando de la pneumatofonía: algunas veces una voz íntima que se hace oír en el fuero interno; otras veces es una voz exterior clara y distinta como la de una persona viva. Los médiums auditivos pueden entrar de este modo en conversación con los Espíritus. Cuando tienen la costumbre de comunicar con ciertos Espíritus, los reconocen inmediatamente con el metal de la voz. Cuando uno no está dotado de esta facultad, se puede igualmente comunicar con un Espíritu a través de un médium auditivo que hace el oficio de intérprete.
Esta facultad es muy agradable cuando el médium solo oye buenos Espíritus, o únicamente aquellos que llama; pero no es lo mismo cuando un Espíritu malo se encarniza en él y le hace oír a cada momento las cosas más desagradables y algunas veces las más inconvenientes. Es preciso entonces procurar desembarazarse de aquel por los medios que indicaremos en el capítulo de “La Obsesión”.
Médiums parlantes
166. Los médiums auditivos que no hacen más que transmitir lo que ellos oyen, no son propiamente hablando médiums parlantes; estos últimos muy a menudo no oyen nada; en ellos el Espíritu obra sobre los órganos de la palabra, como obra sobre la mano de los médiums escribientes. El Espíritu, queriendo comunicarse, se sirve del órgano que encuentra más flexible en el médium; a uno toma prestada la mano, a otro la palabra, a un tercero el oído. El médium parlante se expresa, generalmente, sin tener conciencia de lo que dice, y muchas veces dice cosas completamente fuera de sus ideas habituales, de sus conocimientos y aun del alcance de su inteligencia. Aunque esté enteramente despierto y en un estado normal, rara vez conserva el recuerdo de lo que ha dicho; digámoslo de una vez, la palabra es un instrumento del cual se sirve el Espíritu, y con el que puede entrar en comunicación una persona extraña, como puede hacerlo por mediación del médium auditivo.
El papel pasivo del médium parlante no es siempre tan completo; los hay que tienen la intuición de lo que dicen en el mismo momento en que pronuncian las palabras. Volveremos a hablar sobre esta variedad, cuando tratemos de los médiums intuitivos.
Médiums videntes
167. Los médiums videntes están dotados de la facultad de ver a los Espíritus. Los hay que gozan de esta facultad en estado normal, estando enteramente despiertos y conservando un recuerdo exacto; otros no lo tienen sino en un estado de sonambulismo, o próximo a él. Esta facultad rara vez es permanente; casi siempre es efecto de una crisis momentánea y pasajera. Se pueden colocar en la categoría de los médiums videntes todas las personas dotadas de la doble vista. La posibilidad de ver los Espíritus en el sueño resulta, sin contradicción, de una especie de mediumnidad, pero no constituye, propiamente hablando, los médiums videntes. Hemos explicado este fenómeno en el capítulo VI, de las “Manifestaciones visuales”.
El médium vidente cree ver por los ojos como los que tienen la doble vista; pero en realidad es el alma que ve, y esta es la razón por la cual ven tanto con los ojos cerrados como con los ojos abiertos; de donde se sigue que un ciego puede ver a los Espíritus como el que tiene la vista intacta. Se podría hacer sobre este último punto un estudio interesante: el de saber si esta facultad es más frecuente entre los ciegos. Espíritus que fueron ciegos nos han dicho que en vida tenían por el alma la percepción de ciertos objetos y que no estaban sumergidos en la negra obscuridad.
168. Es preciso distinguir las apariciones accidentales y espontáneas de la facultad propiamente dicha de ver a los Espíritus. Las primeras son frecuentes sobre todo en el momento de la muerte de las personas que se han amado o conocido, y que vienen a advertir que no pertenecen ya a este mundo. Hay numerosos ejemplos de hechos de este género, sin hablar de las visiones durante el sueño. Otras veces son igualmente de parientes o amigos, que aunque muertos de más o menos tiempo, aparecen ya sea para indicar un peligro, ya sea para dar un consejo o pedir un servicio. El servicio que pueda reclamar un Espíritu consiste, generalmente, en el cumplimiento de una cosa que no ha podido hacer en vida, o en el socorro de las oraciones. Estas apariciones son hechos aislados que tienen siempre un carácter individual y personal, y no constituyen una facultad propiamente dicha. La facultad consiste en la posibilidad, si no permanente, al menos muy frecuente, de ver cualquier Espíritu que se presenta por extraño que nos sea. Esta es la facultad que constituye propiamente hablando los médiums videntes.
Entre los médiums videntes los hay que sólo ven a los Espíritus que se evocan y de los cuales pueden hacer la descripción con una minuciosa exactitud; describen con los menores detalles sus gestos, la expresión de su fisonomía, las facciones, el traje y hasta los sentimientos de que parecen animados. Hay otros en los cuales esta facultad es más general; ven toda la población espiritista ambiente ir, venir y hasta podría decirse cumplir sus misiones.
169. Asistimos una noche a la presentación de la ópera Oberon con un médium vidente muy bueno. Había en el teatro gran número de localidades vacantes, muchas de las cuales estaban ocupadas por Espíritus que, según parecía, tomaban parte en el espectáculo; algunos iban al lado de ciertos espectadores y parecía que escuchaban su conversación. En las tablas pasaba otra escena; detrás de los actores había muchos espectadores de humor jovial que se divertían remedando e imitando sus gestos de una manera grotesca; otros, más formales, parecía que inspiraban a los cantores y hacían esfuerzos para darles energía. Uno de ellos estaba constantemente al lado de una de las principales cantatrices; nosotros le creímos intenciones un poco ligeras; habiéndole llamado después de la caída del telón, vino a nosotros y nos reprendió con alguna severidad por nuestro juicio temerario. Yo no soy lo que creéis, dijo; soy su guía y su espíritu protector; yo soy quien está encargado de dirigirla. Después de algunos minutos de una conversación muy grave nos dejó diciendo: Adiós; está en su camerino; es necesario que vaya a velar sobre ella. Evocamos en seguida al Espíritu de Weber, autor de la ópera, y le preguntamos lo que pensaba de la ejecución de su obra. “No es muy mala, contestó, pero es floja; los actores cantan, he aquí todo; no hay inspiración, Esperad, añadió, voy a darles un poco de fuego sagrado”. Entonces se le vio sobre la escena, cerniéndose encima de los actores; un efluvio parecía salir de él y derramarse sobre ellos; en este momento hubo en los mismos una recrudescencia visible de energía.
170. He aquí otro hecho que prueba la influencia que los Espíritus ejercen sobre los hombres sin conocerlo éstos. Estábamos, como dicha noche, en una representación teatral con otro médium vidente. Habiendo entablado una conversación con un Espíritu espectador, éste nos dijo: ¿veis esas dos señoras solas en ese palco del primer piso? Pues bien; me empeño en hacerlas dejar el teatro. Dicho esto se le vio ir a colocarse en el palco en cuestión y hablar a las dos señoras: de repente éstas, que estaban muy atentas al espectáculo, se miraron; pareció que se consultaban, luego se fueron y no volvieron más. El Espíritu nos hizo entonces un gesto cómico para mostrarnos que había cumplido su palabra, pero no le volvimos a ver para pedirle más amplias explicaciones. Así es como diferentes veces hemos podido ser testigos del papel que hacen los Espíritus entre los vivos, les hemos observado en diferentes lugares de reunión: en el baile, en el concierto, en el sermón, en los funerales, en las bodas, etc., y por todas partes los hemos encontrado fomentado las malas pasiones, induciendo a la discordia, excitando las pendencias y regocijándose de sus proezas; otros, al contrario, combatiendo esta influencia perniciosa, pero rara vez se les escuchaba.
- La facultad de ver a los Espíritus puede, sin duda, desenvolverse, pero es una de aquellas cuyo desarrollo natural conviene esperar sin provocarlo, si no se quiere exponer a ser juguete de su imaginación. Cuando el germen de una facultad existe, se manifiesta por sí misma; en principio es necesario contentarse con las que Dios nos ha concedido, sin investigar lo imposible; porque entonces, queriendo tener demasiado, se arriesga el perder lo que se tiene.
Cuando hemos dicho que los hechos de apariciones son frecuentes y espontáneos (número 107) no hemos querido decir que sean muy comunes; en cuanto a los médiums videntes propiamente dichos, son todavía más raros y hay mucho que desconfiar de aquellos que pretenden gozar de esa facultad; es prudente el no dar fe sino sobre pruebas positivas. No hablemos de aquellos que se hacen la ridícula ilusión de los Espíritus glóbulos que hemos descrito (número 108), sino de los que pretenden ver a los Espíritus de manera racional. Ciertas personas pueden, sin duda, engañarse de buena fe, pero otras pueden también simular esta facultad por amor propio o por interés. Particularmente en este caso es preciso tener cuenta del carácter, de la moralidad y de la sinceridad habitual; pero sobre todo en las circunstancias de detalle es como se puede encontrar la comprobación más cierta, porque las hay que no pueden dejar duda, como por ejemplo, la exactitud del retrato de los Espíritus que el médium jamás ha conocido vivos. El hecho siguiente se halla en esta categoría.
Una señora viuda, cuyo marido se comunicaba frecuentemente con ella, se encontraba un día con un médium vidente que no la conocía, como tampoco a su familia; el médium le dijo: – Veo un Espíritu cerca de usted. – ¡Ah! Dijo también la señora, es sin duda mi marido, que no me deja casi nunca. – No, respondió el médium; es una mujer de cierta edad; va peinada de una manera singular, tiene una venda blanca en la frente.
Con esta particularidad y otros detalles descriptivos, la señora reconoció sin equivocarse a su abuela, de la que no se acordaba ni remotamente en aquel momento. Si el médium hubiera querido simular esta facultad, le era fácil seguir el pensamiento de la señora, mientras que en lugar del marido con quien estaba preocupada, veía una mujer con un peinado particular del que no podía tener ninguna idea. Este hecho prueba también que la vista, en el médium, no era el reflejo de ningún pensamiento extraño. (Véase el número 102.)
Médiums sonámbulos
- El sonambulismo puede ser considerado como una variedad de la facultad mediúmnica, o por mejor decir son dos órdenes de fenómenos que se encuentran muy a menudo reunidos. El sonámbulo obra bajo la influencia de su propio Espíritu; es su alma que en los momentos de emancipación ve, oye y percibe fuera del límite de los sentidos; lo que expresa, lo toma de sí mismo; sus ideas son en general más ajustadas que en el estado normal; sus conocimientos más extensos, porque su alma es libre; es un palabra, vive con anticipación la vida de los Espíritus. El médium, al contrario, es el instrumento de una inteligencia extraña; es pasivo y lo que dice no proviene de él. En resumen, el sonámbulo expresa su propio pensamiento, y el médium expresa el de otro. Pero el Espíritu que se comunica a un médium ordinario puede igualmente hacerlo a un sonámbulo; a menudo también el estado de emancipación del alma, durante el sonambulismo, hace esta comunicación más fácil. Muchos sonámbulos ven perfectamente a los Espíritus y a los describen con tanta precisión como los médiums videntes; pueden conversar con ellos y transmitirnos sus pensamientos; lo que dicen fuera del círculo de sus conocimientos personales, les es muchas veces sugerido por otros espíritus. He aquí un ejemplo notable en que la doble acción del Espíritu del sonámbulo y del Espíritu extraño se revela de la manera menos equívoca.
173. Uno de nuestros amigos tenía por sonámbulo un joven de catorce a quince años, de una inteligencia muy vulgar y de una instrucción extremadamente limitada. Sin embargo, en estado sonambúlico, ha dado pruebas de una lucidez extraordinaria y de grande perspicacia. Sobresalía en particular en el tratamiento de las enfermedades y ha hecho un gran número de curaciones considerables miradas como imposibles. Un día daba una consulta a un enfermo del cual describía el mal con una perfecta exactitud. – No basta esto, le dijo, se trata ahora de indicar el remedio. – Yo no puedo, mi ángel doctor no está aquí. – ¿Qué entendéis por vuestro ángel doctor? – el que me dicta los remedios. – ¿No sois vos quien veis los remedios? – ¡Oh! No, puesto que os digo que es mi ángel doctor quien me los dicta.
Así es que en este sonámbulo la acción de ver el mal era hecha por su propio Espíritu, quien para esto no tenía necesidad de ninguna asistencia; pero la indicación de los remedios le era dada por otro; ese otro no estando allí, él no podía decir nada. Solo, no era más que sonámbulo; asistido de lo que llamaba su ángel doctor, era sonámbulo y médium.